miércoles, 23 de mayo de 2007

A Orillas Del Río Piedra Me Senté Y Lloré

Sus ojos empezaron a brillar. Sabía que estaba venciendo todas aquellas barreras.Entonces solté una de sus manos, cogí un vaso y lo puse en el borde de la mesa.— Se va a caer —dijo él.— Exacto. Quiero que tú lo tires.— ¿Romper un vaso?Sí, romper un vaso. Un gesto aparentemente simple, pero que implicaba miedos que nunca llegaremos a entender del todo. ¿Qué hay de malo en romper un vaso barato, si todos hemos hecho eso sin querer alguna vez en la vida?— ¿Romper un vaso? —repitió—. ¿Por qué?— Podría dar algunas razones —respondí—. Pero la verdad es que es sencillamente por romperlo.— ¿Por ti?— Claro que no.Él miraba el vaso en el borde de la mesa, preocupado de que fuese a caerse.«Es un rito de pasaje, como tú mismo dices —tuve ganas de decirle—. Es lo prohibido. Los vasos no se rompen adrede. Cuando estamos en los restaurantes o en nuestras casas procuramos que los vasos no queden en el borde de la mesa. Nuestro universo exige que tengamos cuidado para que los vasos no caigan al suelo.»Sin embargo, seguí pensando, cuando los rompemos sin querer, vemos que no era tan grave. El camarero dice «no tiene importancia», y nunca en mi vida, he visto que en la cuenta de un restaurante hayan incluido el precio de un vaso roto. Romper vasos forma parte de la vida y no nos hacemos daño a nosotros ni al restaurante ni al prójimo.Moví la mesa. El vaso se bamboleó, pero no cayó.— ¡Cuidado! —dijo él, instintivamente.— Rompe el vaso —insistí.Rompe el vaso, pensaba para mí, porque es un gesto simbólico. Trata de entender que yo rompí dentro de mí cosas mucho más importantes que un vaso, y estoy feliz de haberlo hecho. Mira tu propia lucha interior, y rompe ese vaso.Porque nuestros padres nos enseñaron a tener cuidado con los vasos, y con los cuerpos. Nos enseñaron que las pasiones de la infancia son imposibles, que no debemos alejar a hombres del sacerdocio, que las personas no hacen milagros, y que nadie sale de viaje sin saber adónde va.Rompe el vaso, por favor, y libéranos de todos esos conceptos malditos, de esa manía de tener que explicarlo todo y hacer sólo aquello que los demás aprueban.—Rompe ese vaso —pedí una vez más.Él clavó su mirada en la mía. Después, despacio, deslizó la mano de la mesa hasta tocar el vaso. Con un rápido movimiento, lo empujó al suelo.El ruido del vidrio roto llamó la atención de todos. En vez de disfrazar el gesto con alguna petición de disculpas, él me miraba sonriendo, y yo le devolvía la sonrisa.

Paulo Coelho.

lunes, 30 de abril de 2007

Más Platón y menos Prozac

En una partida de ajedrez, una psicoterapeuta le pregunta: "Qué le ha llevado a hacer este movimiento?" "Bueno, quería comerme la torre", contesta usted. Ella seguirá formulándole preguntas para hallar la supuesta causa psicológica de dicho movimiento y quizás usted termine por contarle toda la historia de su vida para satisfacer sus suposiciones. Una teoría psicológica que tuvo gran predicamento y que en la actualidad es objeto de críticas feroces sugeriría que su comportamiento agresivo (la pretensión de comerse la torre) es fruto de alguna frustración del pasado.
Un psicoanalista le formula la misma pregunta. Cuando usted contesta: "Bueno, quería comerme la torre", él agregará: "Muy interesante. Ahora dígame qué le ha obligado a hacer este movimiento?". Es posible que vuelva a sonsacarle toda la historia de su vida.
Una psiquiatra también le pregunta: "Qué le ha hecho hacer este movimiento?" Y usted vuelve a responder: "Bueno, quería comerme la torre". Entonces la psiquiatra consulta la última edición de su Manual de estadística y diagnóstico hasta que encuentra el trastorno de personalidad que más se ajusta a los síntomas que usted presenta.
En cambio, un consejero filosófico le preguntaría: "Qué sentido, propósito o valor tiene este movimiento para usted en este momento?" "Qué relación guarda con su siguiente movimiento?" "Cómo describiría usted su posición general en esta partida y cómo cree que podría mejorarla?".

Lou Marinoff.